EL EMPIRISMO: JOHN LOCKE
1.- Locke y el empirismo
Junto con David Hume y George Berkeley, J. Locke (1632-1704) es uno de los más destacados representantes de la corriente filosófica denominada empirismo. El término empirismo viene del griego empeiria, que significa experiencia. El empirismo establece fundamentalmente que todo el conocimiento válido procede únicamente de la experiencia sensible. Por tanto, se enfrenta radicalmente a los racionalistas, ya que para estos la experiencia es un conocimiento ilusorio y engañoso, como afirmaba Descartes, o mutilado e insuficiente como sostenía Spinoza.
En su obra Ensayo sobre el entendimiento humano, Locke investiga el origen de las ideas. Frente a la concepción cartesiana de la mente cargada de conocimientos (ideas) al nacer, recoge la teoría aristotélica de la tabula rasa, según la cual la mente al nacer es como un papel en blanco, no habiendo nada en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos. La razón se abastece de la experiencia, y todo el conocimiento está limitado por la experiencia, tanto en extensión (no puede trascender sus límites) como en cuanto a certeza (sólo es cierto el conocimiento procedente de la experiencia. Rechaza las ideas innatas, aunque admite, no obstante, la claridad y distinción de las ideas, así como las adventicias y facticias: "La razón no pone los cimientos, si bien con frecuencia erige una construcción majestuosa y eleva hasta el cielo las cimas del saber".
2.- Carta sobre la tolerancia
La Carta sobre la tolerancia, publicada en 1689, es una de las más destacadas justificaciones de la libertad de conciencia que podemos encontrar en toda la Historia de la Filosofía. Los argumentos empleados en este escrito en favor de la libertad religiosa y de la no intervención del Estado en materia religiosa conservan todavía hoy su validez. Locke trata de establecer sólidamente los límites del poder civil en materia religiosa.
Divide las acciones y las opiniones de los hombres en tres clases. En la primera incluye aquellas "que no se refieren para nada al gobierno ni a la sociedad" y entre estas pone las opiniones puramente especulativas y el culto divino, que comprende también los ritos y los actos de culto. En la segunda, da cabida a las que sin ser buenas ni malas, se refieren a la sociedad y a las relaciones entre los hombres y entre estas pone las que conciernen al trabajo, al matrimonio, la educación de los hijos, etc. En la tercera incluye aquellas que no sólo conciernen a la sociedad, sino que además son buenas o malas en sí mismas, como las virtudes y los vicios morales. En cuanto a la primera clase de opiniones y acciones, Locke propugna una tolerancia ilimitada; con respecto a la segunda clase, defiende una tolerancia limitada por la exigencia de no debilitar el Estado ni causar daños a la comunidad; en cuanto a la tercera clase, excluye toda clase de tolerancia.
En la Carta sobre la tolerancia, el concepto de tolerancia se establece mediante un análisis comparativo del concepto de Estado y del concepto de Iglesia. El Estado es "una sociedad de hombres constituida para conservar y promover solamente los bienes civiles" entendiéndose por "bienes civiles" la vida, la libertad, la integridad del cuerpo y la posesión de las cosas externas. Este objetivo del Estado determina los límites de su soberanía, mientras que la salvación del alma queda fuera de estos límites. En efecto, el único instrumento de que dispone el magistrado es el sometimiento a la Ley; pero este sometimiento es incapaz de conducir a la salvación porque nadie puede ser salvado en contra de su voluntad. La salvación depende de la fe y la fe no puede ser inducida en las almas por la fuerza. "Si alguno quiere admitir algún dogma o practicar algún culto para salvar su propia alma debe creer de corazón que aquel dogma es verdadero y que el culto será agradable y aceptado por Dios; pero no hay pena capaz en manera alguna de imbuir en el alma una convicción de este género." Por otra parte, ni los ciudadanos ni la propia Iglesia pueden pedir la intervención del magistrado en materia religiosa.
La Iglesia es "una sociedad libre de hombres que se reúnen espontáneamente para honrar públicamente a Dios del modo que creen será agradable a la divinidad, para obtener la salvación del alma”. Como sociedad libre y voluntaria, la Iglesia no puede hacer nada que concierna a la propiedad de los bienes civiles o terrenos, ni puede recurrir a la fuerza por ningún motivo, ya que la fuerza está reservada al magistrado civil. Además, la fuerza, incluso ejercida por la Iglesia, es inútil y dañosa para promover la salvación. Ciertamente, la Iglesia tiene el derecho de expulsar de su seno a aquellos cuyas creencias considere incompatibles con sus propios fines, pero la excomunión no debe transformarse por ningún concepto en una disminución de los derechos civiles del condenado en tanto que es un ciudadano. "A éste, dice Locke, se le deben conservar inviolablemente todos los derechos que le corresponden como hombre y como ciudadano; estas cosas no pertenecen a la religión. Un cristiano, lo mismo que un pagano, debe ser defendido de toda violencia y de toda injusticia."
Ni la Iglesia puede derivar ningún derecho del Estado, ni el Estado de la Iglesia. "La Iglesia, tanto si entra en ella el magistrado como si sale de ella, continua siendo la que era, una sociedad libre y voluntaria: ni adquiere el poder de la espada porque en ella entre el magistrado ni, cuando este se va de ella pierde el derecho que ya tenía de enseñar y de excomulgar." No obstante, la tolerancia no tiene un reconocimiento absoluto, porque Locke afirma que "los que niegan la existencia de Dios no pueden ser tolerados de ningún modo”.
Locke no pretende negar o disminuir el valor de la religión, reduciéndolo a la pura fe. A pesar de la pluralidad y disparidad de cultos religiosos y de creencias basadas en la fe, afirma y defiende la posibilidad del carácter racional de la religión y reconoce al Cristianismo como una religión racional, dotada de un núcleo esencial exento de supersticiones que lo hace aceptable por la razón y lo convierte en auxiliar de la razón en lo que respecta a la vida moral de las personas. Este núcleo esencial del Cristianismo es el reconocimiento de Cristo como Mesías y el reconocimiento de la verdadera naturaleza de Dios, que
constituyen los artículos de fe necesarios para el cristiano y configuran una religión sencilla, adecuada a la comprensión de todos, tanto si son ilustrados como si carecen de formación intelectual. En consecuencia, la justificación del Cristianismo radica en su razonabilidad y utilidad. Sin el Cristianismo, "la parte racional y pensante del género humano" hubiera podido descubrir “al único Dios supremo e invisible", pero este descubrimiento hubiera quedado oculto para todo el resto de la humanidad. La revelación cristiana lo ha difundido por todo el mundo. Además, ha dado autoridad y fuerza a aquellos preceptos morales que de otra manera habrían sido patrimonio exclusivo de los filósofos. Esto es, el Cristianismo representa una nueva promulgación, más amplia y eficaz, de la ley moral y de las verdades fundamentales que rigen la vida humana. El Cristianismo no es algo ajeno a la razón, sino que necesita de la ayuda de la razón para ser depurado de los contenidos supersticiosos y caducados. La razón es, en cierto modo, intrínseca al propio Cristianismo, la "razonabilidad" resulta connatural al Cristianismo y constituye un rasgo que le ha proporcionado una función histórica tanto en el pasado como en el presente.
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